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El mestizaje, una reflexión

Las guerras de expansión, aparte de las millones de víctimas, dejan muchas consecuencias dañinas a los supervivientes de los territorios invadidos


Por Carlos Mayo*


Desde hace mucho, todos los años por el mes de octubre, se pone de moda hablar de la raza, se celebra como fiesta y deja una niebla de orgullo poco claro en los sentimientos de nuestras comunidades, que se presta siempre a malos entendidos a lo largo y ancho de Colombia, considerada constitucionalmente como un estado nación multicultural y pluriétnico.


Me propongo reflexionar en este artículo sobre el fundamental origen del mestizaje, de suma importancia para el país y para nuestra patria grande que es Latinoamérica; y con esta finalidad transcribiré, en su momento, dos esclarecedores párrafos de un escritor latinoamericano del siglo XX.

Desde la antigüedad hasta la era moderna, la tarea principal de los pueblos de occidente es la de invadir a otros pueblos para expandir su poder dándole forma a los viejos y a los novísimos imperios de nuestros días. En sus ojos siempre traen las sílices omnímodas de su raza y de su Dios, con las que enarbolan su gran codicia mirando a los nuevos mundos. Los europeos desde el mal llamado “descubrimiento” conquistaron militarmente a América, África, a Oceanía y a gran parte de Asia. Y aunque en el vuelo del tiempo se hayan matizado sus objetivos ideológicos, cambiado su tecnología y métodos, siempre quisieron a la fuerza “civilizar” a las poblaciones sometidas, y en nuestra época “democratizarlas” a su manera.


Ese mando y control, con la mira y el humo de los cañones, posibilita el crecimiento de sus territorios, que legitimados mediante procesos de institucionalización -con leyes siempre arbitrarias, dejan solo brumas borrosas de las patrias aborígenes- causan e impulsan sucesivamente primero las ideas de colonia, de país, de nación y segundo, de universalidad (1) y globalización (2), que contribuyen a confundir el pensamiento sobre el mundo, para sustentar los conceptos de que existen países adelantados, desarrollados y, que hay otros atrasados, subdesarrollados, eliminando en los análisis de la relación entre estos, el criterio de que la situación de los segundos países son consecuencia de las acciones de los primeros. Como resultado de la desgracia producida por las llamas de su orgullo, estas potencias apuntan toda su organización económica y social al desarrollo y fortalecimiento de sus ejércitos, porque sólo con ellos pueden garantizar la imposición de su autoridad y, aunque siempre se han justificado mediante burbujas discursivas y teóricas, casi ningún pueblo se deja ocupar pacíficamente.


Las guerras de expansión, aparte de las millones de víctimas, dejan muchas consecuencias dañinas a los supervivientes de los territorios invadidos, enumeremos las principales: Pérdida de la propiedad de los territorios; desaparición a fuego lento de aldeas y poblaciones, Palestina un ejemplo; el etnocidio; pérdida o deformación de la identidad; ceguera de la cultura autóctona; decadencia de la autonomía económica con la condena a la miseria de sus gentes; el vasallaje político; la permanente transculturación con sus consecuencias psicológicas, sociales y, menciono de último lo que interesa en este breve ensayo, el mestizaje racial, las pieles revueltas en el mortero del conflicto, resultado de las relaciones sexuales forzadas sobre los pueblos subyugados.


El mestizaje racial, mezcla y amalgama de razas, inicialmente es fruto de la violación de un pueblo a otro. Los conquistadores resaltan las pocas historias de amor entre invasores e invadidos, para tratar de ocultar su crimen infinito sobre las mujeres de los pueblos humillados. Si más de sesenta y siete millones de indígenas murieron en trabajos forzados durante los primeros 150 años de la conquista (3) ¿podríamos imaginarnos cuantos millones de violaciones a mujeres indoamericanas cometieron los europeos? ¿Y cuántos niños nacieron por su causa y de nuevo perecieron en el abandono?


Pero los mestizos, crías de la guerra, hijos de dos razas porque fue imposible echar a los ocupantes, con los años, imantan muchas veces afectivamente a los enemigos; el amor cuando se da de ambos lados a los muchachos, se revierte; entonces, se unen en los hijos las culturas antagónicas, fusión de niebla, luz y sombra; el joven mestizo ama a su madre y a su padre, aunque entre ellos no se manifiesten aprecio; anda con una y con el otro, y de ambas razas recibe su carga cultural. Entonces, a la larga, como una de las pocas consecuencias positivas de toda invasión, cuaja en los hijos el mestizaje cultural y, en la expresión de su desarrollo, cuando el medio social lo posibilita, genera el mestizaje artístico y literario. La consecuencia de más de trescientos años de puñaladas entre conquistadores y colonizados, permite ahora asegurar que casi toda la población del mundo es mestiza; y que hoy se continua desarrollando el mestizaje en las actuales circunstancias mundiales, aunque muchas veces en el amor, sin negar que aún haya lugares en el planeta en los que se conservan puras algunas etnias, por voluntad propia.


Nuestra América a pesar de todo se considera enriquecida con los aportes de las razas indígenas, blancas, negras, y los atributos especiales de cada una: espiritualidad, razón y magia; con sus respectivas prácticas fundamentales: contemplación, acción y rítmica.


En 1985, el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri reflexionando en Bogotá sobre el mestizaje y sobre la literatura latinoamericana dijo: “Es una literatura de mestizaje cultural, no de mestizaje físico”.


Y continúa explicando:

“Hablar de mestizaje físico es una miseria, es un empobrecimiento. Los hombres no somos lo que somos por la sangre, los hombres no somos lo que somos por la raza, concepto, de todos modos, ya bastante desacreditado. Los hombres somos lo que somos por la cultura. Si tomamos un niño recién nacido y lo llevamos a una aldea de África, y a un hermano de ese niño, a un gemelo de ese niño, lo llevamos a Estocolmo, a los veinte años serán seres absolutamente distintos, porque pertenecen a dos culturas totalmente diferentes, a pesar de que genéticamente sean la misma cosa. El fenómeno del mestizaje latinoamericano no podemos reducirlo a la miserable dimensión de la mezcla de razas, a lo sanguíneo, sino a la formidable potencia creadora de la mezcla de culturas, que es lo que produce al inca Garcilaso, la que produce a Rubén Darío, la que produce los grandes poetas y escritores latinoamericanos de hoy, esas múltiples vertientes, se funden en el escenario nuevo...nuestro continente.”.


Y sigue acotando Uslar Pietri:

“Bolívar lo decía en una frase muy hermosa: ‘Constituimos, en cierto modo un pequeño género humano. No podíamos convertirnos en castellanos; aunque lo quisiéramos, porque estábamos en otro medio cultural; pero tampoco podíamos convertirnos en indígenas, porque el hecho de la colonización cambió radicalmente el escenario cultural de América y ya no se podía ser indio a menos de disfrazarse o de permanecer en el aislamiento total dentro de la selva amazónica.’”.


Y desde luego podemos concluir, no podíamos ser sólo afroamericanos.

Nos espera en el siglo XXI, convertir esa antigua niebla de orgullo racial en conciencia de la triple fuerza cultural que poseemos las comunidades, pueblos, países y naciones latinoamericanos, que unidos, se transformen en fuerza política y en organización social, como una garantía más para reconquistar la independencia y la autonomía definitiva sobre cualquier viejo o nuevo imperio y para ahogar arrojando de manera definitiva, en la letrina que existe en algún rincón de la historia, los vapores hediondos que aún se manifiestan en el orgullo de una pretendida superioridad racial.




Notas:

1- En el libro “la fenomenología del espíritu”, el filosofo Hegel establece la teoría en la que hace creer que la cultura europea es superior a las de los demás continentes y justifica la universalización del imperio, del que él es oriundo. Véase sobre el texto mencionado el estudio que hace el filósofo Fernando Coronil en su ensayo: Mas allá del occidentalismo: hacia categorías geohistóricas no imperialistas.pag.134 a 138


2- La globalización: Ver el análisis que hace sobre este aspecto Walter D. Mignolo en su estudio Colonialidad Global, Capitalismo y Hegemonía epistémica.


3– Las Venas Abiertas de América Latina. Siglo XXI Editores.1988. Pág. 59 Eduardo Galeano nos dice:”Aquella violenta marea de codicia, horror y bravura no se abatió sobre estas comarcas sino al precio del genocidio nativo: Las investigaciones recientes mejor fundadas atribuyen al México precolombino una población que oscila entre los treinta y treinta y siete y medio millones de habitantes, y se estima que había una cantidad semejante de indios en la región andina; América Central contaba entre diez y trece millones de habitantes. Los indios de las Américas sumaban no menos de setenta millones y quizás más cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido, en total, a sólo tres millones y medio. (La cursiva.es original del texto) nota sustentada en Darcy Ribeiro. Las Américas y la civilización, tomo I: La civilización occidental y nosotros. Los pueblos testimonio, Buenos aires. Con datos de Henry F. Dobyns, Paul Thompson y otros.


* Carlos Mayo, Bogotá 1950. Odontólogo, escritor y trabajador cultural. Publicó el libro de ensayos “Escribivir”, Ediciones Silvos 2006. Ha publicado textos en revistas y periódicos populares. Miembro activo de talleres literarios en universidades y centros culturales. Coordina talleres de creación poética, ensayo y de periodismo. Dirige la revista Silvos. En 1990 publicó el texto de poesía “Libro de luciérnagas”, en 1991, “Luciérnagas en bicicleta” y en 1997 “El Ciprés Adolescente” y “Nuevas Experiencias de Amor”, también de poesía. En 1999 publicó en cooperación con el escritor José Fierro “La Profe y La Partida” (cuentos). En 2002 publicó “Espacios de Afecto y Algunos Vacios del País” (poemas). Es integrante del núcleo básico de la Mancomunidad de Escritores La Mancha del Quijote.


** Imagen. Inca Garcilaso de la Vega adolescente, obra de Francisco González Gamarra (1930). Foto: Cortesía de la Sucesión Francisco González Gamarra.


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