PLUMA Y PAPEL
*Hernán Acero Suárez
Acercarme a la escritura es el pretexto favorito que tengo para abrazar en mis pensamientos todas esas ganas de imaginar. Imaginar en las palabras cada paisaje dibujado en mi mente de soñador despiadado. Imaginar cómo puedo alcanzar en cada palabra un verbo o quizá una golondrina para que me lleve al vuelo dentro de mi propio universo y me ayude a explorar una a una, cada una de esas ideas locas que flotan en la nostalgia y en la inquietud.
Escribo para mi o tal vez para mi alma – como me lo dijo alguna vez Gonzalo Ayala en la ‘Carta que nunca envió’, quedándome el eco de esas palabras por años, inscrito en la memoria. Porque cada vez que estoy frente a esa hoja impertérrita que me mira fijo y que me pregunta ¿Y ahora qué…? ¿Cuál es el siguiente párrafo? Yo me siento desvalido aunque ya tenga algo en que derramar mi prosa indómita.
Esa voluntad de escribir es lo que me lleva a golpear con la yema de los dedos el teclado del ordenador que espera pacientemente la orden de imprimir cada letra que puesta sobre el papel se entrelaza en la palabra; esa que corre presurosa al encuentro de la frase precisa. La escritura es mi amor secreto en el silencioso oficio que tengo. Nadie lo sabe. Solo tal vez y solo tal vez, lo percibe ese lector desprevenido que al tomar la hoja que voló al viento para llegar a sus manos, le deja entrever que hay algo más que palabras.
El teclado y la hoja son mis cómplices. Siempre ahí, dispuestos. Esperando a que yo inicie a esculpir en los párrafos esos paisajes imaginados. Ellos juntos —el teclado y la hoja— ven mi angustia al comenzar a escribir. ¿Cómo iniciar? ¿El artículo, el sustantivo? ¿Quién da el primer paso?... Aquí recuerdo nuevamente a otro amigo que ha estado presente en mis vigilias de escritor, el señor John Lennon. ‘Crear produce dolor’ – dijo alguna vez. Y vaya que sí. Uno tiene la idea; uno posee la historia, pero ¿cómo moldearla? Debe ser delicada y perversa a la vez o simplemente delicada. Y ahí vamos...
La escritura y la lectura, juntas son las amantes de ensueños perdidos que me asisten cada mañana cuando las llamo y aún en las tardes y en las noches sin importar la hora, acuden presurosas para ungirme con los aceites más preciados de su dulzura. No me resisto. Me seducen tan fácilmente como lo hizo ese antiguo amor que huyó para recobrar su libertad. Solo que la sensación con ellas dos, mis amantes perpetuas, no me ha abandonado desde que era un crio. Me reconforta el aroma de la tinta y del papel cuando ese escrito concebido entre los tres sale a la luz. Y es entonces, en ese instante que, mi relación con la escritura se me antoja infinita.
Comments