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Wilder Córdoba: el valor de la palabra amenazada

sectorhperiodico

Por: Daniel Chaparro, asesor de dirección de la FLIP.

Fundación para la Libertad de Prensa



“Calor a las cinco en punto de la tarde”, dirigida por el “Coco” Badillo, es una obra de teatro que cruza la historia de tres poetas asesinados al caer la tarde, es también una reflexión sobre el valor de la palabra, de la palabra amenazada. Wilder Córdoba, periodista y director del canal TV Unión, quien también escribía poesía, fue asesinado el pasado lunes 28 de noviembre minutos antes de caer la tarde sobre la vereda El Salado, de La Unión, Nariño.


Wilder —según sus colegas, amigos y familiares— era una persona silenciosa y respetuosa. Estudió diseño gráfico en Pasto, pero no pudo ejercerlo ni allí ni en La Unión, donde encontró una posibilidad laboral en el canal de televisión local, primero como camarógrafo, después como periodista y, por último, como director. Aunque, como se sabe, en el quehacer del periodismo local los roles suelen ser difusos y muchas veces están todos ellos en una misma persona.


Pero en la dinámica de la censura, en los tentáculos del poder que la opera y la acciona, hay algo más que captura al periodista versátil, al que puede ser todero, se trata de acallar lo que dice, de silenciar la información incómoda para ese tentáculo. Siempre ha sido así, no ha sido la justicia la que nos lo ha hecho saber, ha sido la experiencia misma de ver caer a tantos periodistas en nuestro adolorido país.


Wilder, además de ser silencioso y respetuoso, era una persona metódica, sus días se repetían con puntualidad inglesa: a las 8 de la mañana llegaba a editar al canal, en la tarde visitaba a sus hijos, de regreso llegaba a la casa de sus padres, comía en su habitación, escribía poemas. Era un ser especial, un poeta y periodista sin grandes vanidades, una persona que no salía en cámara, que le huía al protagonismo.


Si tuviera la oportunidad de preguntarle cuál es el objetivo del periodismo, estoy seguro que respondería: acercarse a la cotidianidad de la gente; porque eso era lo que hacía, por lo menos lo que se proponía.


El periodismo que estaba haciendo Wilder, en el único canal informativo de La Unión, era el que mostraba cómo vivían las personas que habitaban ese lugar, reconstruía la historia de las veredas, por el valor que tenían, por la nostalgia del pasado que siempre acompaña a los poetas. Pero también, en el noticiero semanal había espacio para cubrir las carencias, de los problemas: la gente hablaba de la inseguridad que los estaban afectando, de los retrasos en la reconstrucción del parque central, o de los problemas de vivienda del sector Ancianato viejo.


Cuando se asoma a La Unión y al periodismo que hacía Wilder, se encuentra con que la palabra que molestaba a los poderes que activan la censura, era la misma palabra de los habitantes del pueblo. Esa palabra no era un grito, era apenas un murmullo, una suave brisa del suroeste, pero los poderes en un país tan violento como en nuestro han sabido cultivar la intolerancia, y ejercerla drásticamente contra todo aquello que sea capaz de musitar una queja, por menor que esta parezca.

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