Superioridad ilusoria
Elementos de Juicio
Por Álvaro Toquica
Coordinador general del Observatorio Ciudadano de Fontibón (OC9) (*)
Parece haberse multiplicado exponencialmente el nivel de genialidad en nuestra sociedad. Invadidos estamos por una horda de pretensiosos que exhiben su experticia por doquier. Hemos visto de seguro a algún presidente en la Organización de Naciones Unidas (ONU) hablando de paz y prosperidad en el país de la guerra y la pobreza o a un candidato en debate buscando la respuesta en el papelito preparado por sus asesores.
Los hemos visto de seguro repartiendo bofetadas y palabras soeces a cambio de argumentos, o regalando sabiduría desde sus latifundios, alcaldías, centros de culto, desde la cabecera de la mesa del comedor familiar o en la silla del bar; sabios “influencers y coachs”, gerentes, pastores, reinas de belleza o vociferantes desde los medios; “expertos” a todo nivel, que pertenecen a la cada vez más común subespecie de quienes sobreestiman sus capacidades, se autoproclaman superiores y buscan afanosamente dominio en los escenarios, a la vez que organizan y silencian a los desentendidos.
No podríamos dejar de analizarlos, porque en su afán de capitalizar sus codicias o convencidos de su superioridad, tratan de meternos los dedos a la boca mientras defienden con terquedad su “incuestionable” postura política, religiosa o moral, o al equipo de sus amores, que en virtud de su gran conocimiento “siempre es el mejor”, aun cuando repose en la parte baja de la tabla. Complicado enfrentarlos en debate porque su conocimiento no es discutible; están en la cima del discernimiento y suelen incluso adornar, si es menester, sus discursos con frases sabias y determinantes, falacias o verdades a medias con las que descalifican a sus contradictores, haciendo uso de “jugaditas y mentirillas” para conseguir desprestigiarlos y hacerlos pasar por ignorantes, inmorales o incompetentes, en un afán por restarles valía y eliminar su credibilidad.
Proclives ellos a los errores y las malas decisiones, tienen una especial incapacidad para comprenderse equivocados; razón de más para tener reserva con estos borricos disfrazados de genios que tienen un pensamiento inflexible y un carácter impositivo de forma sutil o violenta, en su esfuerzo permanente por no dejar espacio a una verdad diferente a la propia.
Cuidado, eso sí, controvertirlos requiere valor y astucia porque hay que develar su entramado de inconsistencias conceptuales y sacar a la luz los puntos flacos de su argumento, de manera que este se exhiba frágil como la fundación de un mal edificio.
Aún expuestos tratarán de recuperar el control, acudiendo al insulto, la indignación o la violencia de ser necesario; o posiblemente, expuestos, abandonarán cacheticolorados y mascullantes el escenario del debate a paso sostenido.
No está de más escuchar y analizar comentarios sobre nuestro desempeño y mantenernos en posición de aprendizaje permanente, postura recomendable cuando buscamos hacernos competentes, como lo sostienen los psicólogos sociales David Dunning y Justin Kruger, que en el año 2000 obtuvieron el Premio Nobel de Psicología, reconocimiento otorgado a aquellas nociones o soluciones que en principio parecen de poca relevancia, pero que al final generan reflexión o cambio en la sociedad. El efecto Dunning-Kruger es considerado por la psicología como un “sesgo cognitivo”, uno de esos atajos mentales que tomamos y que nos facilita responder con rapidez, pero no siempre de forma acertada o pulcra, cuando como en el caso de los geniales borricos, se vincula con una falsa superioridad, propia de individuos incompetentes que tienden a sobreestimar sus habilidades.
Y para nuestra mala fortuna, estamos siempre en riesgo de ver a estos individuos adelantando labores que los superan, como gobernar un país tricolor, por citar el primer ejemplo que acude a mi mente.
(*)Diseñador industrial y especialista en Desarrollo Social. atoquica@hotmail.com
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