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Ingratitud

  • Richard Obando
  • 3 abr
  • 3 Min. de lectura

“Y aquel a quien un día, mi mano compasiva,

cubrió sus desnudeces y sirviole de sostén,

pasó por mi camino con actitud altiva,

cubierto de riquezas y de grandezas iba

y al verme hizo una mueca de olvido y de desdén”.

Cecilio Gómez Gómez


Desde que tengo memoria, mi mamá recitaba muchas poesías y fue gran declamadora en vida. No había fiesta o reunión a la que fuéramos invitados o como anfitriones, donde no sacara sus dotes de recitadora, que lo hacía muy bien, además.


Entre la gran cantidad de poesías que ella declamaba frecuentemente, había una que se llama Ingratitud, que me viene a mis recuerdos por estos días de melancolía y tristeza ante los acontecimientos que han tenido lugar en mi vida en el transcurso del último año.


Es difícil entender cómo las personas pueden olvidar fan fácilmente todo lo que se hizo por ellas de manera desinteresada y buscando un bienestar general por encima del particular, pero lastimosamente eso es el ser humano. Siempre he dicho que estamos programados “genéticamente” para ver y recordar lo malo que pudo suceder y, por el contrario, olvidar las muchas cosas buenas que se lograron concretar. Siempre fui partícipe de buscar soluciones a los problemas; pues ser parte del problema es muy fácil, pero ser propositivo, constructivo, requiere de un esfuerzo mental adicional donde esté implicada la recursividad, el pragmatismo, las ideas, las propuestas, la innovación y en muchos casos, la economía.


Me destaqué, al menos eso creo, por hacer rendir los recursos con los que contábamos en el conjunto residencial, cuando fui administrador, usando materiales que se podían reutilizar y reciclar dándoles una nueva vida y uso diferente. Fue así como construimos dos jardines en los que utilizamos más de 400 llantas abandonadas y cerca de 7,5 toneladas de escombros de construcción, entre ellos, algunos elementos retirados del humedal Meandro del Say. Ayudé a muchas personas a salir de las deudas que tenían con el conjunto, proponiéndoles pagar con trabajo su obligación, para beneficio de todos.


Lucía Acosta, con su hijo Richard Obando.
Lucía Acosta, con su hijo Richard Obando.

Conseguí recursos que no estaban presupuestados para realizar obras que mejoraran nuestra calidad de vida; regalé pintura de mi propio pecunio a muchas personas para pintar las fachadas de sus casas; conseguí tierra regalada para embellecer nuestros jardines interiores y exteriores y nunca faltó una celebración para los niños en abril, octubre y diciembre, o para las madres en mayo; cada 8 de marzo, en el Día de la Mujer, se dieron serenatas y un pequeño detalle con un mensaje de felicitación, incluso alguna vez homenajeamos a los padres con una muy sentida serenata. De los recursos de unos proyectos de mis hijas y del colectivo Mascoteando, en sus orígenes, se lograron canalizar materiales para la adecuación de un bicicletero que actualmente le representa un ingreso extra de cerca de un millón de pesos al conjunto, ahorrándole a cada copropietario $5.000 en el costo de su administración, obras que, además y gracias a un vecino inconforme, están a punto de ser demolidas, pero esa es otra historia.


Lo cierto es que nada de eso fue suficiente ya que, por el contrario, gané muchos “enemigos” quienes, en muchos casos y a punta de mentiras y engaños, lograron sacarme de la administración del conjunto. Y fue precisamente esa gran mayoría de personas que estuvieron beneficiadas, las que se unieron para lograr el objetivo. De ahí entonces el nombre de esta columna: Ingratitud.


Nunca hice las cosas que quise y pude hacer, esperando un reconocimiento o exigiendo una dádiva por eso. Simplemente me pareció lo mejor, pero tampoco esperaba que fuese malo pensar en los demás. Promoví hacer las cosas porque nacen dentro de uno, porque se siente bien al hacerlas, porque muchas veces es un deber y una forma de agradecer la amistad, el cariño y el afecto e, incluso, por solidaridad hacia algunos vecinos que querían hacerlo pero no contaban con los medios económicos para ello. Por sentirme útil, por ser útil.

Por eso, se me vino a la memoria esa poesía que declamaba mi madre en cada oportunidad que se presentaba y a quien, por demás, se le debe un homenaje.


Termino el artículo al igual que la poesía:

“Por eso, resignado, humilde y sin engaño,

apuro hasta las heces mi vaso de acritud

y en brazos del destino, sereno me levanto,

perdono todo, todo,

pero jamás perdono al rey de los delitos,

que se llama ¡Ingratitud!”.

Cecilio Gómez Gómez


Lucía Acosta de Obando con sus hijos.
Lucía Acosta de Obando con sus hijos.

Escuche la voz de Lucía, declamando el poema Ingratitud:




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