“La lectura, no sólo proporciona información, sino que educa, creando hábitos de reflexión, análisis, esfuerzo y concentración. Además recrea, ejercita la imaginación, entretiene y distrae”
Así comenzó mi viaje, hasta ahora interminable, por la literatura. Mi infantil imaginación me llevó muchas veces a paisajes fantásticos luego de atravesar océanos de emoción para desembarcar en tierras desconocidas repletas de sueños, duendecillos, musas y personajes legendarios de luengas barbas, cabellos blancos y piel de luna.
Me sentaba por horas a los pies de mi entrañable abuelo —quien fue mi guía por esos lugares de tinta y papel— para escuchar su voz que describía con detallado acento, historias antiguas que me hablaban de mar, de portentosos buques, de veleros inmensos y de capitanes heroicos que enfrentaban tormentas, perseguían monstruos marinos y peleaban por el honor y la vida. Historias contadas con tal pasión, que lograban impregnar mi alma de niño con el ansía de aventura y conquista de reinos lejanos.
Mi abuelo, ese hombre sabio que adornó mi vida, me contó de un viaje increíble dizque al centro de la tierra, emprendido por un tozudo profesor y su sobrino, acompañados del impasible Hans. Ellos se adentraron de la mano de Verne, ese viejo loco que sumergió a sus personajes a 20000 leguas de viaje submarino, los lanzó a la Luna y los puso a correr a galope por las estepas siberianas en pleno siglo XIX.
Este visionario francés, precursor de la ciencia ficción, derramó en tinta mis propios sueños de aventura. Desde ahí no he podido abandonar mi travesía por esos mundos extraordinarios dibujados por mentes geniales. De Verne, pase a la Rusia zarista para encontrarme con Fiódor Dostoyevski quien sin más ni más, me llevó a explorar en sus escritos el interior humano, con una sensibilidad que sólo él podía transmitir. Al volver por estos días sobre las líneas de Humillados y ofendidos, después de mucho tiempo de haber leído esta novela, volví a experimentar esa sensación de desvelo e impotencia que transmite el Petrovitch de la historia.
La biblioteca del abuelo era inmensa, o al menos yo así lo percibía; era como un lugar secreto por donde sus pasadizos me absorbían y me arrebataban por las páginas de esos libros empastados con inscripciones en dorado o plata y que se formaban silenciosamente para construir laberintos por los que yo escapaba para adentrarme sin miedo alguno, por esos universos sub-reales.
Y la revista Life con sus fotografías en blanco y negro, eran un deleite irresistible para llegar a ser testigo oculto de los acontecimientos del mundo por aquella época.
Ahora, hay montones de ejemplares dispersos sobre la mesa de mi estudio, a donde también han llegado puntuales a la cita, Jean-Paul Sartre, Borges, Albert Camus, Kafka, Hermann Hesse, Sábato, Cortázar y los colombianos Isaac, Rivera, Alvaro Mutis, García Márquez —inevitable— como también Vallejo, Mario Mendoza y la poesía de Fernando Cuestas, los Haiku de Paola Montoya Orrego, los escritos de Carlos Mayo, Arturo Neira, Nana Rodriguez, José Grabiel Fierro. Interminable la lista. Son muchos. No me extiendo más. Puedo caer en el pecado de no mencionarlos a todos.
Y por supuesto que no han faltado las delicadas manos de mujer, que han plasmado en sus letras, paisajes de ternura y algunas veces de miseria y desesperanza. Isabel Allende con su Hija de la Fortuna me mostraron a Eva Luna y me han regalado innumerables horas de viaje a través de la Casa de los espíritus, El bosque de los pigmeos y La ciudad de las bestias. Libros que mi madre compartió conmigo. Ella, que fue también una lectora consumada, un día se fue a leerles a los ángeles; como lo hizo con sus hermanos y luego con sus hijos.
Pero la sed que inquietaba la curiosidad y las dudas, para mí; fue calmada por el prodigioso pensamiento de Jacques Berguier, Louis Pauwels, Kant, Theilard de Chardin y el mismo Nietzsche, quien movió mis cimientos. Con él me atreví y en la clase de literatura pude exponer desnudo, su Zaratrustra, para sobreponerme Más allá del bien y del mal. Ahora, de reojo veo que también está a la diestra de mi escritorio, La Breve Historia del Mañana de Yuval Noah Harari.
Esto que digo aquí, no es pretensión, ni es nada. Sólo me impulsa una fuerza interior a querer compartir esta fascinación que siento al tomar un libro en mis manos, al entrar en una librería, al conjugar sensaciones, como cuándo la literatura se hace cómplice de la música y Rick Wakeman me ofrece el Viaje al centro de la tierra, conduciendo en sonidos de un rock sinfónico a la Real Orquesta Sinfónica de Londres y a los Coros Ingleses de Cámara. ¡Algo realmente indescriptible! El abrazo de la música y la literatura.
En este escrito, Confieso que he vivido y que no podré dejar de visitar esos mundos y submundos, dibujados con el osado pincel literario de quienes se atreven.
*Hernán Acero Suárez
Periodista Cultural
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